Francisco Carpio: ABC dario plástico de J. L. B. (REY)vindicación de la Pintura

Antes de empezar con este personal abecedario, me gustaría lanzarles (así como el que lanza una piedra pero no esconde la mano…) algunas reflexiones sobre la Pintura, ya que éste es el lenguaje visual y conceptual que Balagueró sigue empleando, pese a las modas, los modos –y los miedos- del arte, para seguir soñando la vida, su vida. Reflexiones que no son otra cosa, queridos lectores-espectadores, que una personal (rey)vindicación de la pintura. Y leen bien porque para mí –y creo que acierto al decir que también para él- ésta sigue siendo el rey de los lenguajes plásticos, a pesar de todos los constantes e infructuosos intentos por ocasionarle la muerte.

No deja, por cierto, de resultar curioso el hecho de que la palabra muerte esté tan presente en una gran parte de la historia del arte contemporáneo. Una auténtica contradicción si pensamos –y sobre todo sentimos- que el arte es paradigma de creación, es decir, de vida. Muerte-Vida, tal vez los dos nombres de una misma travesía. Y en ella, peligrosas paradas, desde la hegeliana estación “Muerte de la Historia”, pasando por la de la “Muerte de Dios”, predicha por el desdichado Nietzsche, hasta la de la “Muerte del Arte”, a manos de las desnudas manos de la filosofía, tal como algún filósofo-estrangulador, se ha aventurado a proclamar. Y entre tantas muertes, la propia muerte de la pintura.

Pero, sin embargo, pese a las constantes actas de defunción y pese a los cantos del cisne periódicamente emitidos por los “Sepultureros Agogeros S.A.” de turno, la pintura –pura y dura- continúa siendo un lenguaje vivo, sin fecha de caducidad, sin heridas mortales. Y lo que es más importante, sigue dando señales de su buena salud creadora.

Resulta, pues, estimulante comprobar cómo todavía existen creadores que siguen navegando en las milenarias aguas de la pintura, echando sus redes en busca de nuevos hallazgos plásticos, esos cromáticos peces abisales que aún las surcan, y que también siguen creyendo en la posibilidad de (re)presentar el mundo a través del color, de la luz, del gesto, del espacio y de la materia, llevando como único equipaje unos pinceles afilados-afinados, unos lienzos, unos kilos de luz y unos tubos de colores, olores y sabores cromáticos.

Empresa tan quimérica como apasionante. Quimera y pasión, dos palabras-actitudes que estoy seguro pueblan el almario artístico y vital de José Luis Balagueró, un pintor-pintor, es decir, un pintor con oficio, oficio de luces, y con beneficio de colores, espacio, sensibilidad y materia. Las armas de este antiguo y noble arte siguen siendo prácticamente las mismas: el mundo cromático por montera, la huella de la luz –como los cinco dedos de Rembrandt-, la arquitectura del dibujo y la orografía pintada de la superficie del cuadro. Armas que ha velado ya a lo largo de largas horas de trayectoria pictórica, y también –todo hay que decirlo- largas horas de trabajo, entusiasmo y verdad. Porque la verdad, querido lector-espectador, no es lo que creemos que es, sino lo que pesa nuestra fe en lo que sentimos y hacemos.

Otro pintor, Barnett Newman, se preguntaba –y nos preguntaba- “¿Cuál es la explicación del impulso aparentemente insensato del hombre a ser pintor o poeta, si no es un acto de desafío contra la caída del hombre y una declaración de que vuelve al Jardín del Edén…?”

Estoy absolutamente convencido de que entre las paredes, los rincones, las sombras y las luces de la pintura -esa arena donde se dirimen todas las luchas de la creación- emergen las imágenes que nos susurran ese regreso al Edén. Se trata únicamente de escucharlas, de entenderlas, de sentirlas sobre el campo de batalla del cuadro.

ABCdario

A rquitecturas fantásticas se levantan desde el suelo flotante de sus composiciones, formando el perfil anguloso de una ciudad soñada; el imaginario skyline de unas geografías urbanas que se recortan sobre un cielo que no es raso, sino agudo y vectorial. Pueden ser ciudades inventadas, como las Invisibles de Italo Calvino, o, bien mirado, también pueden ser Arqueologías de un tiempo pretérito y/o pluscuamperfecto de indicativo. Porque, sin duda, indican la presencia del tiempo verbal-visual de la imaginación.

B alagueró, Bala para los amigos. Lo imagino en su estudio, levantándose, sentándose, volviéndose a levantar, cogiendo un papelito, una madera, un lápiz, un pincel, mirando, remirando, añadiendo un color, quitando una brizna de espacio, nada despacio… Cu (lo) rioso inquieto que es como deben ser todos aquellos que se-dedican-nos-dedicamos a este extraño menester del arte. Y B, también, de Blanca, el fiel fiel de su balanza vital y emocional. Compañera infatigable de fatigas.

C olor, el oxígeno plástico de sus obras. El amarillo del sol, del limón o del oro de los atardeceres. El azul del mar-espejismo de Madrid, de los cielos y de los inviernos, de las facetas de la aguamarina pintada. El rojo de la sangre y del vino, de los labios y de dos labios, rojo de vergüenza torera por todo lo que han debido ver sus ojos… Verde, naranja, gris, violeta, y también negro, la única suma (cromática) que en lugar de sumar, sustrae…

D ibujo. Decía Paul Valéry que, junto a la poesía y las matemáticas, el dibujo era la otra gran creación de la humanidad. Yo veo en estas obras el dibujo en el trazo nervioso, en el gesto quebrado, en las líneas que cartografían la piel del lienzo, la espalda del papel, en la manualidad del concepto, en la enérgica temperatura de los planos, en la lírica del punto corriendo por los paisajes 2-D del plano.

E xplosión de fragmentos, de pedacitos, de planitos y planazos, de polígonos nada regulares, de facetas que se expanden por sus cuadros y por sus dibujos, como si todo terminara viéndose a través del ojo plural de un calidoscopio, del ojo-mosca de un cubista explosivo. Todas las pequeñas, medianas y grandes formas que vuelan por el cielo del cuadro –nunca sabremos con certeza si suben o bajan- crean una estructura fundamental en el trabajo compositivo de nuestro artista. Lluvia de planos-confetti sobre el plano. Estética del fragmento y ética del puzzle. Abigarramiento de formas que, inevitablemente, me acaban recordando los dibujos inquietos e inquietantes de un niño + un loco = un artista.

F auna fantástica que puebla sus obras. Seres, serecillos, cosas, cositas, cosazas. Un rectángulo corteja incansablemente a la amable redondez de una mancha circular. Un triángulo vocifera a gritos de color sus ideas y sus locuras. Tres rayitas pasean de la mano de un rombo. Una forma informe informa a quien quiera escucharla que su padre es un tal Bala (perdida-encontrada). A veces, cuando menos lo esperamos, aparece un personaje con pinta casi pintada; criaturas surgidas de su imaginación y de los reinos humanos de sus manos. Y también una F lora de plantas inventadas, de árboles de un bosque (in)animado, de flores de colores, de vegetales extraños salidos de un herbario imaginario.

G eometría calentada por la pasión de pintar, por la pulsión del color, por la temperatura de los materiales. Sí, es cierto, en estas obras puede percibirse igualmente el semifrío-semiseco perfume de Madame Geometría, que estructura, objetiviza, da rigor y vigor a las composiciones, organiza y, en cierto modo, parece enfriar la voz cálida y emotiva. Pero siempre se mantiene una voluntad de calentar, de humanizar, de palpitar. Parafraseando, e invirtiendo, la famosa declaración de Georges Braque, bien podríamos poner esta frase en boca -y mente- de nuestro artista: “Amo la emoción que corrige la norma”.

 H herramientas del oficio de pintor: un puñado de puños para empuñar pinceles; una paleta en lugar de maleta; un acceso directo al almacén del arco iris; los ojos de Picasso y la mano de Velázquez; la luz, plegada como un pañuelo, en el bolsillo de la mirada; una mochila llena de texturas, formas y trazos; diez dedos-lápices; una memoria hecha de lienzo y papel; una esposa que se llame perspectiva (y una amante que se llame desorden)…, pero sobre todo, la sed y el hambre de pintar.

I maginación. Si tomamos literalmente como imaginación la capacidad de pensar con imágenes, sin duda esa es la principal estrategia que aplica para la construcción de sus obras. Las gimnasias de la fantasía y de los sueños fortalecen y ejercitan el músculo de la imaginación. A partir de ahí surgirán las formas, las criaturas, las construcciones y las creaciones que pueblan el reino de esta pintura.

J uego. Porque, unido a lo anterior, sólo desde una mirada lúdica, juguetona y fantasiosa, se puede dar rienda suelta a los caballos azules y rojos de lo imaginario. Ya lo he dicho en más ocasiones, y no me cansaré de repetirlo: el arte es un juego muy serio. Un juego de fuego que acaba quemando a los aburridos, a los niños viejos y a los filisteos.

K andinsky, con el que, a mi juicio, comparte en muchos sentidos mesa y mantel plástico. Un mantel, no de plástico, sino de lienzo y papel, sobre el que propone y dispone un menú pictórico de formas, planos, colores –“en general, el color es un medio para ejercer una influencia directa en el alma […] El color es la tecla. El ojo es el macillo. El alma es el piano, con muchas cuerdas…”- y composiciones que me recuerdan al pintor ruso. Pero también K de Klee, un universo de imaginaciones y ficciones…

L uz. Tengo ya dicho que la pintura es un oficio de luces, pero también de sombras-tinieblas. “Las herramientas de este viejo y noble oficio son siempre las mismas: el color, como arquitectura, y la luz como huella. Ahí se trama todo. Primero, el gesto congelado de la luz, luego durante una fracción de tiempo la marca –amarilla- en la retina, en la cueva del ojo, luego la oscuridad gris-azulada, luego la imagen en el lienzo de la memoria, luego el cuadro…”

M adera. Por el arte de magia de la imaginación les propongo entrar en un bosque; un País- Bosque formado por sus piezas y objetos, que pertenecen al noble linaje de este material, por el que parece circular siempre a través de sus venas y arterias la sabia savia, y latir la remota memoria de la Madre Madera. Material milenario, fauna predilecta del Imperio Verde de la Flora, que nos trae una música ancestral y olorosa de selvas, resina y clorofila. Dice el poeta Gamoneda: “Amo la madera. Recordadme perdido entre las hayas […] Dios ha sido de madera. ¿Por qué?…” Yo tampoco lo sé, pero sí sé que hay arquitectura, armonía, color y gracias en estas maderitas, tan bien acompañadas por el cuerpo juncal del plástico, por la risa iluminada de lo fluorescente.

N arraciones. Yo veo-leo estas pinturas como relatos de un libro de viajes exóticos, o como las iluminaciones de una geografía de la fantasía. Narrar es también otra forma de pintar, de contar historias con colores y formas en vez de palabras.

Ñ de espaÑol. Casi nada…

O bjetos. En muchas de estas obras, el objeto acaba convirtiéndose en sujeto. Resulta curioso, y elocuente también, observar cómo es que en la obra de un pintor (un habitante del Reino 2-D) aparezca con tanta constancia el espacial aroma de lo tridimensional. Cosas, cositas, objetos, piezecitas, pequeños atisbos escultóricos, han acompañado siempre –jugando un papel importante- su trabajo pictórico. Afirmaba Octavio Paz, otro poeta: “…los objetos son cosas mudas que hablan. Verlas es oírlas. ¿Qué dicen? Dicen adivinanzas, enigmas. De pronto, esos enigmas se entreabren y dejan escapar, como la crisálida a la mariposa, revelaciones instantáneas…” Dejemos, pues, hablar a estas cosas mudas. Veámoslas para oírlas. Y oigamos-veamos lo que dicen y cómo lo dicen.

P aisajes. Siempre he tenido la impresión de que las pinturas de Balagueró eran paisajes, más o menos encubiertos, más o menos conscientes, más o menos visibles. Paisajes que sirven como una singular geografía de su imaginación para armar un escenario sobre el que se sitúan y actúan las polisémicas morfologías de sus composiciones. Ecos pintados de la Naturaleza. Según Nietzsche: “El que se resguarda totalmente contra la naturaleza, se resguarda también de sí mismo: jamás le será dado beber de la copa más deliciosa que puede llenarse en su recóndita fuente.” Pues bien, tengo la impresión de que nuestro artista sí decidió –hace ya mucho- beber de esa copa, y lo hace dirigiéndose, una y otra vez, con convencimiento, hacia la no tan recóndita fuente del paisaje.

Q uimera. Porque la pintura es –también- eso: la quimera de entender y contar el mundo a base de un lenguaje de representaciones, es decir, de mentiras (visuales, formales y perceptivas). O, por decirlo de otro modo, un lenguaje que intenta hacernos creer que el conejo sí que estaba dentro de la chistera del mago-pintor. ¿O tal vez estaba en la manga de su chaqueta?..

R ealidad versus ficción. Con estas obras Balagueró continua oficiando de prestidigitador de imágenes, mostrando cartas marcadas –con pintura- con las que trata de (re)presentarnos una realidad otra, un mundo otro que, parafraseando a Paul Eluard, también está en éste…

 S ombras. Y junto a la luz, la sombra, la otra cara oscura de la lu(z)na. Escribió Vita Sackville-West que en la sombra de un solo hombre podían encontrarse más misterios que en todas las religiones del mundo. ¿Qué habría dicho de la sombra de un cuadro?

T rabajo. Decía Picasso -pintor astuto más por viejo que por diablo- que las musas de la inspiración debían encontrarse al artista sentado en su mesa de trabajo, y aún añadiría yo más, arremangado, enfrascado, manchado, poseído por los alcohólicos vapores del trabajo. No hay otra fórmula. Nuestro Bala la pone en práctica constantemente. Parece mentira que este hombre no se esté quieto ni un maldito momento…

U niversos imaginados. Universos pintados.

 V iaje. Desde los drakkars vikingos, pasando por ese eslabón especial, hecho de especies y sedas, entre Oriente y Occidente que fue el veneciano Marco Polo, de Ibn Batouta, gaviota negra del Islam, a Paul Morand y Valery Larbaud, hasta los singulares pasajeros del Romanticismo –los primeros y más sublimes ejemplos de lo que luego derivaría en un turismo masificado y prosaico, al  alcance de cualquier low cost y también de cualquier high vulgarity-, el acto de viajar ha supuesto una constante búsqueda por parte del hombre por encontrar y traspasar límites, los de la tierra o los suyos propios. Decía Henri de Montherlant que “de todos los placeres, el viaje es el más triste”. Para el artista el viaje supone expandir su propio espacio de representación. Justo eso, y no otra cosa, es lo que siempre ha hecho Balagueró con sus pinturas: buscar otros territorios para explorar, traspasar las barreras de lo cotidiano, conquistar paisajes y reinos aún desconocidos. Viajar.

X enófilo. Dícese de aquel a quien le gustan los extranjeros, los extraños. ¿Y no es el arte un perfecto y milenario salvoconducto para viajar al extranjero de nuestras miradas, para entablar un anciana conversación a dos voces con todo aquello que se escapa a las explicaciones de la razón, convirtiendo lo extraño en conocido?

Y…

Z aragoza porque es la tierra de nacimiento de este aragonés, universal por convencimiento. Si es verdad –y yo, con el paso y el peso de los años, tiendo a creerlo- lo que decía Rainer María Rilke: “la infancia es la única patria del hombre”, yo creo que en el caso de nuestro pintor, el arte, concebido como un juego –muy serio-, le ha permitido seguir siendo un eterno niño, es decir, un habitante mundial del reino local de sus propias raíces.

Francisco Carpio